miércoles, 6 de agosto de 2014

La casa del tepache














En la cuarta calle de Morelos, cerca del centro de San Antonino Castillo Velasco, se ubica lo que en su momento fue conocida como “la casa del tepache”.

Una placa de adobe grabada arriba de su entrada principal dice “Recuerdo del 20 de agosto de 1900.”, fecha en que probablemente se edificó su fachada actual y que hoy en día se encuentra prácticamente en ruinas y de manera visible, abandonada.

Peor castigo no pudo tener ese espacio de libertinaje en el que se hizo honores al vicio a través del tepache, la bebida espirituosa que se deriva del fermentado de la piña.

Como dicen las personas mayores, era el lugar privilegiado de crápulas, borrachos y licenciosos donde se planearon maliciosamente raptos, embarazos no deseados, rupturas de hijos contra padres y donde el germen de la violencia dormitaba a los matreros desobedientes o generaba el indulto de los espadachines perdonavidas con sus desgastados machetes.

En sus aposentos, sin embargo, convivían señoritas entradas en años que optaban por una sana convivencia en un ambiente de hedor alcohólico y donde las familias más decentes adquirían su dotación de tepache a través de las criadas, simulando un jarro de atole, para no evidenciar a los patrones.

Asimismo, de esa fuente se surtían alegremente los convidados a las fiestas y mayordomías, que llegaban a estas reuniones sociales y religiosas con sus bien medidos barriles---los más pudientes---, o sus pequeños recipientes, ---los más humildes---, en un antecedente que hoy en día ha desplazado el mezcal.

La casa del vicio tenía una norma no escrita: los zafarranchos atrás de la línea para que la autoridad municipal guardara la tolerancia debida al templo de la más popular de las bebidas de la época.

Muchas familias que pasaban frente a este antro se persignaban en señal de protección, pero todos sabían que íntimamente era una forma de agradecer al creador por tan sabrosa bebida y los blasfemos no dudaban en pensar que ni el Cristo pudiera convertir los barriles de agua en la calidad del tepache que ahí se manufacturaba.

Algunos recuerdan que desde lejanos pueblos venían a surtirse en este lugar del mejor tepache de la región y otros señalan que en pequeñas dosis, le era suministrado al cura para usarlo como vino de consagrar y que originaba los mejores sermones del culto.

 Y así como se le atribuía ser la causa de lágrimas por situaciones desgraciadas, también muchas decían que era la causa de lágrimas de felicidad.

Ahí llegaban parroquianos cargando sus penas, de una u otra causa, y las olvidaban el tiempo que duraba su embriaguez.

Cuartel general del escuadrón de la muerte, al final, como todo lo bueno---o todo lo malo, según corresponda--- llegó un día que tuvo que cerrar, dejando el recuerdo de una época que no se distingue mucho de la voluptuosa, disoluta y libertina modernidad.

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