miércoles, 29 de diciembre de 2021

La extraordinaria historia del hombre resucitado

 Es difícil creerle a los borrachos.

El dicho aquel de que los niños y los borrachos dicen la verdad, no siempre es cierto. Por eso cuando me presentaron a José el pocero(que se dedica a escarbar pozos) como un hombre que se había desaparecido durante un año exactamente, y que así como desapareció volvió a aparecer, con una convicción plena y consciente, según él, de que sólo se  había ausentado una noche, cuando sus conocidos y amigos aseguran que estuvo desaparecido 360 días, motivo por el que le apodan "El Resucitado".

Al inicio José es hosco y desconfiado, pero con que se le invite un mezcalito empieza a sentirse en confianza y repite su historia con lujo de detalle. Me dice la persona que me lo presentó que nunca se equivoca, o es un timador profesional por repetir la misma historia sin equivocarse o realmente le sucedió lo que él cuenta.

En honor a la verdad debo confesar que este acontecimiento que relato aquí me sucedió hace varios años y que nunca me lo tomé en serio, hasta hace poco tiempo, en que otra persona en otro lugar distante, me contó la misma historia y me mostró evidencias parecidas y cuyas coincidencias son extraordinarias, por eso me atrevo a compartir esta historia.

José el pocero cuenta que una vez, en el mes de diciembre, fue contratado en una ranchería para buscar un lugar para construir un pozo. Él identifica el lugar donde hay agua utilizando unas varas de árbol y dice que nunca le ha fallado este método. Toma las ramas por el extremo y recorre el espacio que escoge para la búsqueda. Luego, la punta de la rama se clava en la superficie del lugar en el que debajo hay una corriente de agua o un manantial.

Dice que en la ranchería encontró un cauce subterráneo en donde chocan dos corrientes de agua. Después de marcar el lugar que estimaba como el mejor para la extracción del agua, el dueño del rancho estaba tan contento del descubrimiento de José, que, en agradecimiento, le invitó de comer y le ofreció mezcal para celebrarlo. Pero se le hizo tarde y regresó caminando a su pueblo, cerca de San Antonino, y como no encontraba transporte decidió internarse a pie por el campo, ya que había buena luz de luna y se veía el entorno con claridad. 

En una parte del camino, entre la maleza, le dieron ganas de hacer del baño y distinguió un enorme carrizal cerca de un arroyo seco. Aunque a esas horas de la media noche era difícil que alguien lo viera, se metió entre el carrizal buscando al arroyo. Dejó a un lado su rama de trabajo, su morral y su sombrero y se internó entre el carrizal. Una vez que se alivió del estómago se aseó con una hojas de grilla que se asomaban por ahí y se dispuso a salir del arroyo, pero cuando atravesó el carrizal, sus objetos personales ya no estaban en donde los había dejado.

Los buscó y luego se convenció de que posiblemente alguien se los había robado. Se acordó que en el morral llevaba el dinero que le habían pagado por su trabajo y una botella media llena de  mezcal y le dio mucho coraje, así que se puso a insultar al vacío y a aventar piedras ante un imaginario delincuente que le hubiera robado sus pertenencias. Pero no encontró a nadie.

Estaba seguro que había salido del carrizal por el mismo lugar por el que había entrado porque en esa vereda se encuentra una gran cantidad de nopaleras. No había modo de equivocarse. Así que antes de retirarse, decidió internarse nuevamente entre el carrizal para ver si encontraba sus cosas o al que se las había robado. Dice que esta vez el carrizal se le hizo más largo y empezó a temer de que le fuera a salir alguna serpiente de las que habitan por los carrizales. Así que no quiso seguir avanzando y retrocedió por un claro donde se veía gente. 

Corrió animado hacia las sombras y el murmullo y se sorprendió de que hubiera personas semidesnudas: había niños, mujeres, hombres y ancianos como si fuera una fiesta, pero todos vestidos de blanco;  los hombres sólo traían como  una especie de taparrabos, los niños andaban desnudos y las mujeres jóvenes sólo portaban como largas faldas de blanco, mientras que las mayores usaban una especie de huipil de una sola pieza que les cubría como un vestido.

Primero pensó que estaba soñando y trató de despertarse, pero no, estaba bien despierto. Se pellizcó y le dolió el brazo. Escuchaba que las personas hablaban zapoteco y a pesar de que él lo habla desde su nacimiento, le resultaba difícil entender bien lo que decían, parecía un zapoteco antiguo porque no utilizaban palabras del español, como el zapoteco de ahora.

Dice que a pesar de ver a las mujeres jóvenes exhibiendo sus senos al aire, que él no sintió ningún deseo, sino temor por no explicarse bien qué lugar era ese. Y que la gente, todos de estatura bajita y delgada y descalzos, hacía varias cosas, algunos hombres estaban sentados platicando cerca de una fogata, había mujeres que caminaban hacia distintos rumbos y los niños corrían por aquí y por allá, y todo aquello se escuchaba como un murmullo.

Miraba desconcertado a aquellas personas cuando un viejo le dio un empujón con su propia rama con la que José buscaba agua.

Aunque le costó trabajo entender al viejo encorvado que se apoyaba en una vara de árbol a modo de bastón, entendió que el viejo le pidió buscar un lugar para encontrar agua. José, temeroso, no preguntó nada, ni siquiera si le iban a pagar o no, así que tomó su vara y empezó a buscar agua.

Después de identificar una pendiente por donde se levantaba el carrizal, señaló el lugar con unas piedras y le dijo al viejo que ahí escarbaran, que en ese lugar se escuchaba una buena vena de agua.

El viejo asintió sonriente y en agradecimiento le entregó un monolito antiguo con unas piedras talladas. José no las quería tomar, pero el viejo le insistió. José estaba ansioso de saber qué poblado era ese que no conocía y le iba a preguntar al viejo si no había visto sus demás pertenencias, pero el hombre canoso, como adivinando su pregunta, se le adelantó y le señaló con el dedo hacia un lugar donde a lo lejos se veía entre la maleza su morral de manta y su sombrero. José sonrió agradecido y tomando su rama y las piezas que el viejo le había obsequiado se retiró sin hacer preguntas. Dice que el viejo lo empujó un par de veces, como invitándolo a abandonar aquel lugar. 

Siguió el rumbo por donde se veían sus pertenencias atravesando el carrizal. Ahí seguía su morral, su botella de mezcal, su dinero y su sombrero. Volteó hacia atrás, pero no vio a nada. De pronto, notó como si el carrizal se hubiera hecho muy tupido como una cerrada cortina oscura que no permitía ver nada y parecía amenazante.

Se armó de valor e intentó regresar, pero por más que lo intentó ya no vio a ninguna persona ni le pareció reconocer el lugar en el que había estado. Así, que identificando la hilera de nopales, siguió su camino para regresar a su pueblo. Ya el sol iba saliendo cuando entró por el camino principal de su comunidad y las primeras personas que lo vieron se sorprendieron y lo rodearon y le preguntaron que a dónde se había ido, que tenía un año que su familia lo andaba buscando y que creían que se había muerto.

José sonrió y dijo que esa era una buena broma, pero que nada más se había ausentado una noche.

Cuando lo acompañaron a su casa, su mujer lo abrazó y lloró y luego lo regañó, pero él estaba desorientado. Todo mundo le decía que se había desaparecido durante un año, pero él estaba seguro que sólo había sido una noche. Contó su historia y sacó las esculturas que le había obsequiado el viejo al que ayudó a buscar agua. Ahí estaba su dinero y la botella de mezcal que había ganado en la ranchería.

Las personas lo tomaron a loco y desde entonces, José empezó a beber más y más, dejando de buscar agua y dedicándose a cultivar su pequeña parcela. El jura que sólo se ausentó una noche, pero todos los que lo conocen también juran que se perdió un año entero, por eso lo apodaron José  "El resucitado".

Por ahí conservo unas fotos de los monolitos prehispánicos que me mostró con mucha desconfianza.

A veces, creo que es  un borracho que no tiene remedio.