jueves, 21 de noviembre de 2013

Leyenda del Burro de Oro


Algunos también conocen el sitio exacto.

Incluso, tomé una fotografía en un punto del cerrito de San Antonino Castillo Velasco, en la que aparece Ché Menn'brush---cuando él estaba vivo---- y está señalándome con una vara el lugar preciso, donde supuestamente está enterrado un burro de un metro y medio de largo, por un metro de alto, de oro puro de 18 kilates.

Como me resistí durante mucho tiempo a creer aquella fantástica historia un día le pedí que me señalara el lugar exacto donde enterraron el burro y después de casi diez años de insistirle, como si presintiera que no habría otra oportunidad para hacerlo, accedió a que fuéramos al cerro.

Entonces Ché Menn'brush todavía podía caminar, aunque con mucha dificultad, apoyándose en un viejo bastón de acacia, que heredó de su abuelo materno y que fue quien le transmitió esa información, con el propósito de que se la comunicara a alguna persona de confianza que pudiera velar por la sobrevivencia del pueblo de San Antonino para que estuviera al pendiente de que nadie, por ningún motivo, se atreviera a desenterrar al burro.

La historia cuenta que el pueblo antiguo de San Antonino tenía una localidad seca en la parte sur de su territorio y que con la llegada de los españoles al lugar, se fue convirtiendo en un punto franco que hoy está cedido a otras comunidades, y la gente de San Antonino se fue replegando hacia el poniente.

Pero la mayor parte del territorio en esa dirección estaba anegado e incluso había cocodrilos, peces y tortugas, y con fauna y flora propia de un lugar con agua excesiva que presentaba un par de islotes al norte de la actual comunidad y que fueron habitados también por pobladores originarios de San Antonino.

Las fuentes que surtían esa fantástica laguna se nutrían de varios manantiales, pero Ché Menn'brush nomás se acuerda de uno que se ubicaba en la actual calle Libertad, a una dos cuadras antes de llegar al actual arroyo que pasa por atrás del palacio municipal de San Antonino.

Otras fuentes se ubicaban en Tocuela, que según dice el Ché, también era territorio de San Antonino, y de cuyas fuentes emanaban extraordinarios arroyos de agua cristalina, al igual que los que bajaban de los cerros de más al sur y de los que hoy en día únicamente se identifican el de la calle Albino Zertuche y el Arroyo el Coyote, los otros todavía se pueden ver en algunos parajes, pero los principales atravesaban el centro de la comunidad de sur a norte y que hoy en día están ocupados por viviendas de un municipio vecino y que con la llegada de los españoles, fueron desviados para favorecer la creciente población demográfica y que, sin embargo, se pueden identificar por el trazo de calles que se truncan.

El caso es que antiguamente, desde tiempos prehispánicos, la población se diezmaba de vez en cuando por terribles inundaciones en las que perecían hombres, mujeres, niños y ancianos. Entonces, la población de San Antonino profesaban una religión pagana y el chamán de la comunidad sacrificaba regularmente animales al Dios de la lluvia, para frenar las inundaciones.

Originalmente se le ofrecían al Dios de la Lluvia ocelotes, venados, jaguares, porque entonces, había mucha vegetación y fauna, pero con la llegada de los españoles, que además de imponer su religión también acabaron con la mayor parte de la vegetación y la fauna, los pobladores de San Antonino en la época de la colonia todavía sufrían de inundaciones y serias dificultades para conseguir animales salvajes en territorios distantes, que además les significaba un peligro constante porque no pocos paisanos morían al enfrentar a la familia de felinos como el jaguar.

Es evidente que hoy en día la fauna ha ido migrando hacia el sur.

El caso es que con la llegada de los españoles y sus animales de carga y de arado, los modernos chamanes de la época, determinaron que el Dios de la lluvia se conformaría con una escultura enterrada en el corazón del pueblo, porque el territorio tiene forma de una persona, desdibujada hoy por la pérdida de territorio y la presión migratoria de la cabecera distrital. Entonces, los artesanos de la comunidad hacían enormes figuras de burros amarrados de barro o de madera, atados con joyería de oro, pero por lo general, y después de cada inundación, encontraban que las figuras se deshacían por la humedad y el peso de la tierra.

Finalmente, acordaron mandar a hacer un burro de oro macizo, en el que cooperaron todos los habitantes, porque desde tiempos inmemoriales se dedicaban a vender fuera del municipio y tenían mucho dinero. De esa manera y con el propósito de evitar la pérdida de vidas humanas ofrecieron al Dios de la Lluvia el burro de oro y desde entonces, las inundaciones ya no son tan graves en San Antonino.

Muchas personas cegadas por la ambición me han insistido para que les señale el lugar donde está enterrado el burro de oro con el propósito de sacarlo y aprovechar el oro, pero eso jamás lo haré.

Nunca, por ningún motivo, me atrevería a desafíar al Dios de la Lluvia.