jueves, 6 de agosto de 2020

Si he de morir por rezar, con gusto ofrezco mi vida: Fatín el rezador.

Él era conocido como Fatín y era de oficio rezador.

Tendría a la hora de morir como unos 60 años, pero su temperamento tranquilo y siempre sonriente hacía que las personas se dirigieran hacia él como “muchacho”, como sinónimo de jovenzuelo.

Fatín era popular porque en su calidad de rezador era común encontrarlo dirigiendo el rosario en la casa del difunto, en el último adiós que se les da a los muertos en la misa de cuerpo presente, a la hora del entierro en el panteón, durante los rosarios de los nueve días, en el levantamiento de la cruz y también en el cabo de año del difunto.

Trabajo no le faltaba porque la comunidad, aún y cuando no es muy grande, por lo general registraba unos tres decesos por año, además de participar en otras ceremonias como la de dirigir la costumbre del matrimonio, en un sincretismo de evocaciones prehispánicas y católicas.

Este oficio lo ejercen varias personas más y es generoso porque además del pago respectivo, existe la costumbre de que en las ceremonias en las que participa también se le obsequia una dotación de alimentos para llevar, después del almuerzo y de la comida. Es una muestra de anfitrionía zapoteca.

Fatín nunca imaginó que, en el año 2020, junto con una cantidad extraordinaria de trabajo, también encontraría la muerte.

Cuando los decesos por el COVID-19 comenzaron en la comunidad, tan sólo en los meses de mayo y junio ya se habían acumulado más de 50 muertos, aunque las estadísticas oficiales hayan reducido drásticamente el número oficial de personas fallecidas por el virus.

No todos son conscientes de que la muerte por virus o no, estos tiempos no son para respetar la costumbre. Los muertos se tienen que enterrar rápido y con poca asistencia de personas. Pero hubo muchos decesos en los que se realizaron los funerales como lo marca la tradición, con grandes contingentes de asistentes tanto en la casa del difunto como en el panteón.

De hecho, varios decesos posteriores ocurrieron entre personas que asistieron a estos funerales acompañando al muerto en todas las etapas de la costumbre y cuya ceremonia encabezaba Fatín.

Sus amigos le decían: “Fatín, no te confíes. Ya no vayas a rezar allí de los difuntos. Los contagios no respetan ni la fé”. A lo que Fatín contestaba con una convicción extraordinaria: “Si he de morir por rezar, gustoso ofrezco mi vida a Cristo”.


Corría el mes de junio. Fatín tenía una agenda sobrecargada, pocos rezadores se atrevían a dirigir las ceremonias y la mayoría sin asistir al panteón y sin el cuerpo presente del difunto, pero Fatín no.

Al igual que varias personas que asistieron a uno de esos funerales fastuosos, Fatín ya no llegó vivo a fin de mes. 

Descanse en paz.