Él era conocido como Fatín y era de oficio rezador.
Tendría a la hora de morir como unos 60 años, pero su
temperamento tranquilo y siempre sonriente hacía que las personas se dirigieran
hacia él como “muchacho”, como sinónimo de jovenzuelo.
Fatín era popular porque en su calidad de rezador era común
encontrarlo dirigiendo el rosario en la casa del difunto, en el último adiós que
se les da a los muertos en la misa de cuerpo presente, a la hora del entierro en
el panteón, durante los rosarios de los nueve días, en el levantamiento de la
cruz y también en el cabo de año del difunto.
Trabajo no le faltaba porque la comunidad, aún y cuando no
es muy grande, por lo general registraba unos tres decesos por año, además de
participar en otras ceremonias como la de dirigir la costumbre del matrimonio,
en un sincretismo de evocaciones prehispánicas y católicas.
Este oficio lo ejercen varias personas más y es generoso
porque además del pago respectivo, existe la costumbre de que en las ceremonias
en las que participa también se le obsequia una dotación de alimentos para
llevar, después del almuerzo y de la comida. Es una muestra de anfitrionía
zapoteca.
Fatín nunca imaginó que, en el año 2020, junto con una
cantidad extraordinaria de trabajo, también encontraría la muerte.
Cuando los decesos por el COVID-19 comenzaron en la
comunidad, tan sólo en los meses de mayo y junio ya se habían acumulado más de
50 muertos, aunque las estadísticas oficiales hayan reducido drásticamente el
número oficial de personas fallecidas por el virus.
No todos son conscientes de que la muerte por virus o
no, estos tiempos no son para respetar la costumbre. Los muertos se tienen que
enterrar rápido y con poca asistencia de personas. Pero hubo muchos decesos en
los que se realizaron los funerales como lo marca la tradición, con grandes
contingentes de asistentes tanto en la casa del difunto como en el panteón.
De hecho, varios decesos posteriores ocurrieron entre
personas que asistieron a estos funerales acompañando al muerto en todas las
etapas de la costumbre y cuya ceremonia encabezaba Fatín.
Sus amigos le decían: “Fatín, no te confíes. Ya no vayas a rezar allí de los difuntos. Los contagios no respetan ni la fé”. A lo que Fatín contestaba con una convicción extraordinaria: “Si he de morir por rezar, gustoso ofrezco mi vida a Cristo”.
Sus amigos le decían: “Fatín, no te confíes. Ya no vayas a rezar allí de los difuntos. Los contagios no respetan ni la fé”. A lo que Fatín contestaba con una convicción extraordinaria: “Si he de morir por rezar, gustoso ofrezco mi vida a Cristo”.
Corría el mes de junio. Fatín tenía una agenda sobrecargada,
pocos rezadores se atrevían a dirigir las ceremonias y la mayoría sin asistir
al panteón y sin el cuerpo presente del difunto, pero Fatín no.
Al igual que varias personas que asistieron a
uno de esos funerales fastuosos, Fatín ya no llegó vivo a fin de mes.