viernes, 17 de agosto de 2012

La leyenda del espejo del alma

Dice Cat Zampancú que fue cierto.

Hace muchos años, cuando todavía la carretera de Oaxaca para Puerto Angel era un estrecho pasillo de tierra rodeado de inmensos montes y no existía el transporte como hoy en día, pues se utilizaban carretas, caballos y mulas para transportarse a largas distancias, encontraron en los campos de cultivo de San Antonino a un árabe con un camello herido de una pata y que en un mal español buscaba agua y comida para continuar su camino para Oaxaca.

Los campesinos le compartieron su comida y le sirvieron suficiente agua de pozo para él y su camello.

Como caía la tarde y el hombre aquel estaba realmente muy afectado le ofrecieron hospedaje en el pueblo.

El árabe accedió únicamente a descansar un par de noches y tratar de curarle la pata al camello, pues aseguraba que lo venían persiguiendo desde lejanas tierras para matarlo.

Como la lesión que traía el camello se complicó, el árabe decidió que sacrificaría al camello y lo enterraría por ahí, pero los campesinos le ofrecieron comprárselo con la seguridad de que lo mantendrían bien escondido para no dejar rastro de que el árabe pasó por estas tierras.

El árabe vio que las intenciones de la gente de San Antonino eran desinteresadas, nobles y de ayuda sincera, y como tampoco quería matar a su inseparable amigo y compañero, accedió a vendérselos, con la condición de que lo mantuvieran bien escondido durante un largo rato.

Cuando los campesinos ubicaron el lugar en el que residiría el camello se organizaron para realizar jornadas de vigilancia e impedir el paso de extraños y el árabe quedó maravillado con la inteligencia práctica de los paisanos de modo que les pidió un favor: que le guardaran una pequeña alfombra que perteneció a sus antepasados y que si en un año no regresaba, que enterraran la alfombra a siete metros de profundidad para que él sintiera que esa prenda estaría mejor así.

Los campesinos se organizaron y construyeron un horno de adobe al fondo del solar y sellaron cuidadosamente el centro de la base del horno, en el que pusieron a buen resguardo a la vista del árabe su alfombra dentro de un baúl. Y le prometieron que no utilizarían el horno y que lo abrirían hasta que el árabe regresara, incluso, le ofrecieron el tiempo que el quisiera.

El árabe les agradeció su amabilidad y dicen que prácticamente no descansó día y noche porque contaba historias con mucho ingenio. También le ofrecieron esconderlo, pero él no accedió y tras un par de días continuó su camino en caballo que le regalaron con abundante comida para el camino.

Como fue un secreto bien guardado, sólo los campesinos que vivieron aquella circunstancia esperaron pacientemente el regreso del árabe. El camello se adaptó con rapidez a su escondite, pero como la infección de su pata era progresiva el animal se mostraba muy enfermo e incómodo y un día simplemente   no se levantó y tal vez extrañando a su amo dejó de comer y de beber agua hasta que murió y lo enterraron completito, pese a las recomendaciones del árabe que, en caso de muerte del animal, se podía aprovechar su carne y su piel.

Pasó un año, dos años, tres, cuatro, cinco...muchos años, hasta que los campesinos, ya avanzados de edad, decidieron cumplir la promesa hecha al árabe.

Entonces, sacaron la alfombra del baúl escondido dentro de la base del horno y antes de proceder a enterrarla quisieron admirarla por curiosidad y extendiéndola se dieron cuenta que en realidad la alfombra era la capa exterior de un paquete envuelto en finas telas que protegían cuidadosamente un pedazo de un grueso espejo con un pedazo también de un marco de oro.

Sin embargo, cuando se miraron en el espejo, cayeron en la cuenta de que en algunos casos reflejaba una luz intensa de brillantes colores hermosos y armónicos que rodeaban al cuerpo como si de éste emanara un arcoíris, aunque no fuera orientado hacia la luz solar.

En otros casos, el espejo se tornaba opaco, como cuando se miró un campesino enfermo y en la parte de su corazón se oscurecía. Cuando percibieron esta maravilla del espejo, cada uno fue pasando el espejo frente a ellos y comprobando que reflejaba la salud y los pensamientos de ellos porque su rostro se miraba en el espejo según la personalidad que tenían, habiendo gente de figura angelical, pero también uno que otro de rostro endemoniado.

Temerosos y desconcertados por aquel extraño fenómeno discutieron qué hacer con el espejo. La mayoría eran de la idea de enterrar todo el paquete, mientras que unos pocos, en los que se tornaba opaca la imagen, decían que la promesa hecha al árabe fue de enterrar la alfombra, no su contenido.

Imponiéndose la sensatez, decidieron envolver el espejo en la alfombra y resguardarlo nuevamente en el baúl escondido en el interior de la base del horno.

Dice Cat Zampancú que ese hecho fue contado por su bisabuelo de 94 años, cuando ella era una pequeñita y que él era el único sobreviviente que sabía la historia y que incluso, hoy todavía existe en San Antonino el semiderruido horno que conserva en sus entrañas ese insólito y maravilloso espejo.

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