martes, 24 de agosto de 2010

El miedo no anda en panteonero

Es común.
El viejo y audaz panteonero de San Antonino es un hombre sin miedo...bueno, era.
Como buen campesino sabe que la materia muerta no provoca ningún daño, a menos que se le ingiera. Sin embargo, hace un par de semanas anduvo sumamente asustado tratando de conseguir huevos de guajolota, que son muy buenos para hacerse una limpia o curación y la gente que lo vió asegura que realmente el hombre andaba asustado.
Y no era para menos.
Los que lo vieron dicen que se registró un entierro de una respetable señora que dispuso previo a su deceso, anticipado por una larga enfermedad, que la enterraran en el mismo lugar en el que reposan los restos de su marido.
El panteonero, siempre eficaz y a petición de los deudos de la extinta, acató dicha disposición, sin embargo, se enfrentó a un dilema: por lo general una excavación es para un ataúd y aunque el panteón de San Antonino está llegando a su límite de crecimiento, nunca le había tocado a él ese problema, de meter un ataúd en un espacio ocupado. Así que tomando la iniciativa, optó por extraer el antiguo ataúd del marido e introducir el de su esposa. Una vez hecho esto se le presentó el dilema de qué hacer con el primer ataúd. Así que decidió dejarlo afuera, pues dónde se iba a creer que pudiera haber dos ataúdes, uno encima de otro, lo cual podría ser mal visto ante el más allá.
Dicen, los que lo vieron, que incluso mucha gente no reparó en el pequeño detalle de haber extraído el viejo ataúd conteniendo los restos del esposo, que el panteonero de buena fé echó a la basura.
Excepto un familiar de la señora que con justa razón hizo del conocimiento este bochornoso asunto a las autoridades municipales de San Antonino, advirtiéndoles que de no devolver los restos del esposo a la tumba, les iba a costar una controversia legal que les saldría muy caro.
Ni tardos ni perezosos, las autoridades municipales convocaron al panteonero y en juicio sumario lo apercibieron que de no regresar el ataúd con los restos del marido a la tumba lo encerrarían tres años en la prisión municipal.
Obvia decir que ese día el panteonero se pasó toda la noche en el panteón regresando los restos a su lugar, sobre el ataúd de la señora recién fallecida y a la mañana siguiente por todo el pueblo y las comunidades circunvecinas estuvo tratando de conseguir huevos de guajolota para darse una buena limpia.
La gente estaba alarmada pues pensaba que algo grave le había pasado al panteonero después de una larga noche en la soledad del camposanto.
Ya más relajado se le preguntó al panteonero sobre el motivo de su susto y él respondió con alivio que no tuvo ningún inconveniente con los restos ni con el panteón a la media noche, sino que se asustó por la amenaza de la autoridad, ya que "estos cuates me hubieran encerrado muchos años, sin avisar a la justicia, pues viera asté de lo que son capaces..."

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