viernes, 14 de septiembre de 2012

La Matlacihuatl

Es real.

Dentro de las leyendas más difundidas y heredadas del mundo prehispánico existe la de la Matlacihuatl.

Existen muchas versiones y a millares de personas les consta que la Matlacihuatl existe.

La excepción no podía ser San Antonino Castillo Velasco, porque cuando alguien bebe en exceso, se vuelve candidato para conocer a la Matlacíhuatl o más bien, ella lo buscará y en castigo por abusar de las bebidas tratará de perderlo y lastimarlo, exponiéndolo, incluso, a la muerte.

Tal es la situación que nos pasó el otro día, en la boda a la que fuimos invitados y en la que el mezcal abusó de nosotros.

Serían como las ocho de la noche cuando ví que una mujer de formas excesivamente atractivas, con un vestido blanco de una sola pieza, ajustado al cuerpo, de pelo suelto largo y negro y de piel morena clara me coqueteaba abiertamente.

De su rostro de pómulos anchos destacaban sus grandes ojos negros y oblicuos, en los que se levantaban pequeñas y finas cejas sobre una frente que se estrechaba hacia arriba. Su nariz un poco chata le daba un aire de resolución, mientras sus carnosos y rojos labios de una boca mediana se entreabrían para mostrar una alineada y blanca dentadura.

El mentón de durazno, como una perla, se destacaba de su delgado cuello.

"¡Qué mujer indígena tan bella!", pensé.

No era delgada ni robusta, pero sí una mujer de formas macizas y eróticas.

De verla nada más uno la seguía y la seguí.

En la oscuridad de la noche su vestido blanco, con un escote generoso y sin mangas, reflejaba la luz de la luna como una lámpara que orientaba a uno en las sombras.

Avanzaba y volteaba hacia atrás, por donde venía yo, y me sonreía y su sonrisa derretía y daban ganas de tomarla, abrazarla y tumbarla en el piso con un loco deseo. Pero lista la chamaca, que parecía de unos 25 o 27 años, avanzaba más y no se dejaba atrapar incitando más a su perseguidor.

Alrededor de ambos todo giraba vertiginosamente.

El mareo y el vómito amenazaban terminar aquella persecución, pero el deseo era más fuerte y la promesa de la captura alejaban cualquier malestar.

Cuando parecía que la había extraviado, una voz me volvió a la realidad. Me ví entrando a la zanja del carrizal, en lo más profundo del monte, donde se ha ahogado más de uno aunque sepan nadar.

La voz era del personal del basurero municipal que desde su viejo camión y con los faros apuntando gritaban, ¡cuidado, deténgase, se va a ahogar!

Me ayudaron a salir y dijeron "pinche licenciado, qué anda haciendo a estas horas de la noche por estos lugares. Mire cómo viene descalzo y todo picado de espinas, ¿qué busca? ¿qué pretende? ¿matarse? ¿Alguien más venía con usted?"

Yo denegué.

No podía hablar, estaba entumido y desorientado y temeroso de que la chica que había perseguido se la hubiera tragado el pantano, con las terribles consecuencias de ser involuntario accesorio en un deceso.

Después todo se oscureció.

Cuando abrí los ojos estaba tendido en una camilla del Centro de Salud municipal. Estaba amaneciendo y un fuerte ruido de la puerta al azotarse me había despertado.

No había absolutamente nadie. Toda la cabeza me dolía. Yacía acostado en calzoncillos, con los brazos y las piernas vendadas en gran medida, por las diligentes curaciones que alguien me procuró.

Por el ventanal descubrí que el ruido de la puerta lo había provocado la enfermera que al retirarse y desde fuera del consultorio, se detuvo momentáneamente para mirar a través del cristal.

Me sonrió de una manera fría y espeluznante para alejarse con una rapidez extraordinaria.

"¡Qué curvas! ¡Qué cuerpazo!" me dije para mis adentros.

Entonces, como si me hubieran echado un balde de agua helada en todo el cuerpo, descubrí que ese bello rostro y esa sonrisa irónica eran los de la misma chica que yo había perseguido en medio de la noche...

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