Escrita con un estilo exquisito, la biografía del padre Alberto reseña con amena narración---que uno podría estar viendo literalmente---, cada parte de su vida.
Cita en su biografía Padre Alberto cuando fue a la cárcel, en sus propias palabras:
Ya llevaba en aquel mes lejano
del año de 1980, unos meses en el Colegio de Matagallinas – Ayutla –Mixe, que la Consagración Salesiana
tiene para la formación de “Mejoradores de las Comunidades Indígenas”.
Eran las fiestas de San Pablo,
Ayutla. La víspera fuimos a la fiesta con los alumnos del Colegio. Yo iba como
responsable de uno de los grupos de muchachos de 14 y 15 años. Ya habíamos
asistido en diversos festejos. La
Noche se había adueñado del pueblo y unas cuantas luces
mortecinas apenas permitían distinguir el pavimento terroso y polvoriento y
esquivar los surcos de aguas residuales, que discurrían por doquier,
testimoniando la falta de drenaje y por tanto, de higiene. Las huellas de miles
de huaraches, venidos de los ranchos, se mezclaban con el lodo de las aguas
negras. De los puntos más oscuros de las callejuelas fluían emanaciones
repugnantes, que evidenciaban la falta absoluta de baños públicos.
Se me acercaron varios alumnos
de mi grupo para anunciarme con voz entrecortada que a uno de sus compañeros lo
habían metido en la cárcel.
Uno de los policías lo habían
sorprendido haciendo aguas (orinando), en un lugar apartado y discreto,
amparado por la oscuridad. Al no pagar la multa que le imponían cuando lo
encontraron in fraganti, por la sencilla razón de que no tenía dinero, lo
habían metido “al bote”. Lo que pasa es que en esos días y noches de las
fiestas patronales, las arcas del municipio se veían engordadas con las multas
de los que, urgidos por una necesidad fisiología convertían ciertos lugares más
discretos en baños públicos. Esa era en definitiva la indiscreción tremenda y
la falta a la moral cometida por unos de mis alumnos en aquella noche, víspera
de las fiestas de San Pablo y que motivo su encerrona. ¡Qué lástima que la solicitud evidenciada por los
servidores del orden público del municipio en este sentido y que cumplía con la
finalidad de sufragar los gastos de la pólvora quemada y de el alcohol ingerido
no se reflejara en acciones más perentorias!
Ante aquel hecho tan
desproporcionado e injusto, algo se tambaleo en mi cerebro y me encaminé rápido
al municipio, aspirando bocanadas de pasmo e indignación, que, al verme frente
a frente ante la Autoridad
y separado sólo por una mesa, exhalé con una mezcla de argumentos para mí más
que convincentes.
Eché en cara la falta de
infraestructura y completamente de servicios higiénicos. Resalté la basura
esparcida generosamente por todo el pueblo. Argumenté con una ley que prohíbe
encarcelar a un menor. Ofrecí pagar yo el importe de la multa. Fue todo inútil.
Hablé con la vehemencia arrebatada de un español, y olvidé algo muy elemental
que estaba enfrentando a toda una cultura india. El resultado fue unas palabras
que no entendí, intercambiadas por la Autoridad y algunos
paisanos que me escoltaban y que en ese momento, como auténticos esbirros, se
me echaron encima y, a empellones me llevaron a la cárcel, verdadero tugurio
mal oliente y oscuro como mis ideas, convicciones y argumentos, entenebrecidos
por la realidad.
No había luz en el interior. Un
tufo sospechoso me puso en guardia y por prudencia no me atrevía a dar un paso
más y perderme en aquella densa y mal oliente oscuridad. Saqué mi mechero del
bolsillo, lo encendí y vi que las manos toscas inseguras de un borracho
pretendían arrebatarme el único mini faro que esparcía su tenue luz sobre un
mar de cuerpos tendidos en el suelo y otros, apoyados en las paredes toscas y
sombrías. El mechero dejó de alumbrar y, de un empellón, el borrachito perdió
el equilibrio y creo que dio por los suelos dentro de mi falta de libertad me
sentí liberado.
Pasaron minutos largos.
Rápidamente corrió la noticia de mi encierro y llegó a oídos de los Salesianos.
Uno corrió a la puerta de la cárcel y en acento, que no podía disimular ser
extranjero comenzó a lanzarme frases de aliento que llegaban muy lejanas como a
un náufrago en la noche: “Padre, está usted como San Pablo en la cárcel” “La
comunidad de fieles está rezando por usted”. “¡Ánimo, ánimo!”.
A penas había pasado media hora
cuando me liberaron. Qué bien se había cumplido el reclamo “me metí de redentor
y salí crucificado”.
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