martes, 5 de octubre de 2010

Ayuda para morir


Es una hecho real.

Cuando la nueva enfermera del asilo de ancianos "San Lázaro" de San Antonino Castillo Velasco llegó la semana pasada a su primer día de trabajo, nunca imaginó que ayudaría a poner en manos de la muerte a una abuelita.

No se trató de un delito, sino de un acto distinto de la eutanasia y más bien, de estricta ayuda humanitaria.

Lo que sucedió es que una abuelita del asilo, se enfermó por naturales causas de la edad y estuvo agonizante durante varios meses.

En medio de sus dolores pedía ver a su hija que la dejó en el asilo desde hace más de catorce años y que nunca regresó a ver a su mamá, por motivos que se desconocen.

El padre Alberto Ostiz, Director del asilo de ancianos, preocupado por el sufrimiento de la abuelita se dio a la tarea de buscar a la hija de la agonizante, pero no tuvo éxito.

Sensiblemente afectados por esta situación los abuelitos del asilo se reunieron para ver de qué modo podrían ayudar a aliviar el sufrimiento de la madre abandonada, que lo único que pedía era ver a su hija en los momentos finales de su existencia.

Los abuelitos comentaban  consternados que no se iba a morir mientras no estuviera su hija. Y tal vez viendo el reflejo de su propio futuro se ponían a rezar para que un milagro permitiera el retorno de su familiar.

Incluso, algunas abuelitas comentaban que cualquiera de ellas se podría hacer pasar por su hija.

Tarea difícil, porque en medio de su agonía, la señora identificaba con precisión quirúrgica la voz de sus compañeros.

En esas estaban cuando la nueva enfermera del asilo se presentó a su primer día de trabajo en el albergue.

El padre Ostiz, sin mayor preámbulo la puso en antecedentes y le sugirió respetuosamente que se hiciera pasar por su hija desaparecida y que le hablara para consolarla y de esta manera aliviar un poco su pena.

Al principio la enfermera se resistió, dijo que no podía engañar así a una señora, que no era ético y después de mil pretextos y el ruego de la comunidad de ancianos, accedió a ver a la enferma sin compromiso.

Los más de veinte ancianos del asilo siguieron a la enfermera al estrecho cuarto y con curiosidad y esperanza contemplaron a la madre agonizante.

La resolana del atardecer que se filtraba por la ventana le daba una iluminación cálida a la sencilla habitación, enfatizando los rasgos de la comunidad de ancianos como en una fotografía antigua en blanco y negro en medio de un silencio total.

La enfermera se conmovió al ver a aquella delgada y pequeña mujer de piel enjuta, con blancos cabellos y palidez extrema, que en medio de quejidos y con antecedentes médicos de desahucio alargaba su agonía con la esperanza de volver a ver a su hija.

Sin pensarlo dos veces la enfermera, profundamente conmocionada tomó la mano de la señora, ante la mirada fija de los consternados abuelitos del albergue, que rodeaban respetuosamente la cama de la enferma, con expectación y esperanza.

--- Madre, no sufras. Dijo la enfermera. ---Aquí estoy yo que soy tu hija y he venido a verte.
Al sentir el calor de la mano y escuchar la nueva voz, sin poder distinguir ya los rostros, la abuelita sonrió y  preguntó:
--- ¿Eres tú hija?
--- Sí madre, soy yo. He venido a verte porque me dijeron que estabas enferma.

La abuelita trató de incorporarse para abrazar a la enfermera pero sólo pudo levantar el antebrazo para acariciar la cabeza de la joven mujer que se inclinó para facilitar el acercamiento mientras decía:
--- Esto no es un sueño, ¿verdad? ¿Eres tú? Dios me ha hecho el milagro y luego irrumpió en franco llanto.

Durante un momento reinó el silencio y la resolana iluminaba con mayor claridad la habitación. La anciana dijo con palabras entrecortadas:
--- Hija, gracias a Dios que volviste. Sólo a ti te esperaba. He sufrido mucho por tu ausencia. Qué bueno que haz venido a ver a esta pobre vieja. Yo ya no puedo más.

Le enfermera se olvidó realmente de que su papel era una representación y con lágrimas en los ojos le contestó:
---No te preocupes madre, te vas a poner a bien, ten fe en Dios. El me ha mandado para que estés bien y volvamos a estar unidas. Ya no te voy a dejar sola.
---Hija, perdóname, perdóname, perdóname por todo.
---No madre, tú perdóname a mí por haberte dejado tanto tiempo. Te prometo que ahora voy a estar contigo. Ya no te voy a dejar.

La abuelita agonizante, con mucha dificultad y pausadamente dijo en medio de sollozos:
---Te perdono hija, tú no has hecho nada malo. Doy gracias a Dios que me permite volver a verte y volver a sentir junto a ti el amor de madre, porque mi amor por ti es como una velita encendida que me mantiene viva iluminando la esperanza de volver a estar junto a ti. Gracias Dios mío porque me hiciste el milagro de ver a mi hija y volver a sentir esa sensación maravillosa como el día en que naciste. Que Dios te bendiga hija mía.
Y dicho esto expiró mientras la enfermera que habiéndose olvidado que aquella mujer no era su madre, irrumpió en llanto y profundamente emocionada abrazaba aquel cuerpo inerte.

El DIF donó un ataúd y el presidente municipal de San Antonino dispensó los gastos para que la señora fuera enterrada en el Panteón Municipal de San Antonino Castillo Velasco.

En el último mes han fallecido por causas naturales tres abuelitos de este asilo de ancianos.
Que descansen en paz.

2 comentarios:

  1. La verdad es que nuestra gente se deshumaniza cada vez más, divorcios, hijos fuera de matrimonio, homicidios, abandonos, todo cuanto malo haya se está multiplicando, lo peor es que no estamos haciendo nada para remediarlo, ya lo decía el P. Alberto en su sermón del domingo 3 de Oxtubre, "No puedo creer cómo en 14 años una hija no pudo ir a ver a su madre... Estoy muy triste, pidan a Dios por mi", ojalá Dios le siga dando fuerzas para continuar al frente de la Casa Hogar por mucho tiempo...
    Gracias por la Crónica a Jesús Edgar, la verdad es que es muy bueno dar a conocer sucesos de éste tipo, ojalá y haya personas que puedan leer ésto, que se toquen el corazón y puedan ayudar al Padre Alberto.

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  2. Realmente me conmovio esta historia.

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